Se escuchan muchas críticas sobre la juventud que nos ha tocado en esta época. Son muchos lo que se quejan de que realmente viven exentos de valores, de aspiraciones, y que la filosofía que rige sus vidas se puede resumir en una palabra: cero. Yo, sin embargo, tengo la firme convicción de que siempre la generación más antigua piensa eso de la más actual, y si eso ha sido alguna vez así, nada más cierto que en nuestra era, donde diez años son como un siglo de antes, y la forma de pensar, de actuar y de vivir cambia como de la noche al día.
Seguramente, la gran diferencia la marca creo yo las expectativas de vida. Durante siglos, las aspiraciones de vida que se tenían eran bien sencilla: una forma de mantener casa y comida, ya fuera trabajando o viviendo de las rentas ajenas; una familia, con la simple pretensión de reproducirse; y la esperanza de una vida más allá de la muerte, por lo que no importaba mucho lo que sufrieras en esta, suponiendo que lo mejor estaba por venir. Sin embargo, todo esto ya no vale para los jóvenes de hoy en día por supuesto, puesto que los objetivos han cambiado radicalmente. Todos son conscientes de que hay que trabajar, sí, pero quieren hacerlo en lo que les gusta, y además quieren mantener un nivel de vida que les permita ciertas libertades y diversiones; esto encaja con su escepticismo a esperar lo mejor de la vida tras la muerte, pues quieren disfrutarla mientras están en este mundo, fruto de la cada vez menos influencia que las religiones clásicas tiene en ellos; y lo de reproducirse… bueno, son conscientes de que hay muchos habitantes en la Tierra, y hay muchos a los que la paternidad no les llama.
Incluso, aunque dejemos de generalizar, nos damos cuenta de que las expectativas de una persona joven puede ir cambiando con el curso de los años, así es el ritmo de vida que nos hemos impuesto hoy en día. Eso, contra lo que otros puedan pensar, me parece un plus importante, puesto que el cambiar radicalmente de forma de vida, o de pensamiento, o de acción, habla de una resiliencia innata que en ocasiones ni siquiera sabemos que poseemos, y es una cualidad que realmente nuestros jóvenes usan bastante más y con mejor fortuna que nuestros mayores.
Es curioso el caso, aunque no el único, de una ex actriz porno que, de pronto, asombró al mundo convirtiéndose en una escritora de éxito, con un libro de filosofía, porno y gatitos, si es que estos tres temas podían tener relación entre sí. Como digo, no fue la primera estrella del porno que se subió las bragas y cambió de profesión, ni que cambiara los platós de cine por el papel y la pluma; sin embargo, la novedad es que esta, sensiblemente más joven que sus precursoras, demostró que la imagen que se tiene de estas mujeres dedicadas al cine pornográfico eran algo más que trozos de carne que practican sexo delante de una cámara es totalmente una falacia.
¡Ah, los videos porno que circulan gratis por internet de forma gratuita y casi ilimitada han hecho tanto daño…!De pronto, muchos se dieron cuenta de que las actrices porno no eran tias buenas que se abrían de piernas casi porque no podían hacer otra cosa; y hubo que aceptar que esa actividad sólo había formado parte de sus vidas un tiempo. Una profesión, eso era todo, que podía dejarse, y que no tenía por qué convertirse en una carga en la espalda de nadie, y que para nada mermaba el resto de habilidades físicas o mentales que alguien pudiera tener. Así que tuvimos que hacer un poco de reflexión, y dejar de pensar en esas chicas jovencitas y desnudas que solemos ver con bastante normalidad como en unas «perdidas» que no deben de tener un gramo de cerebro en sus cabezas. Porque puede que aún no hayan desarrollados sus talentos, incluso ni dentro de porno, ni siquiera dentro del cine, o que aún no hayan encontrado su verdadera vocación; o que esta, sea la que sea, pueda cambiar en unos años, cuando quizá ya no sean tan jóvenes, pero sí más sabias. Y ojalá debiéramos desear esa habilidad para nosotros mismos.